Desde la ventana

El estrépito rojo del sol cuando se oculta vino a teñir la mar toda. Las olas rojas como fuego liquido mecían lo que nunca debió estar flotando en el agua. Si acaso el viento trajo su olor de forma tímida en escasas oleadas; nadie se dio cuenta de lo que a veces emergía de entre la espuma blanca. Pero yo si lo veía y me percataba de los efluvios que aquello emanaba. Tuve incomprensiblemente la esperanza de que el océano en un último y brutal abrazo se llevará aquella imposibilidad a las profundidades más remotas de su reino y aunque me figuro que esto trató: aquello permaneció bailando en la orilla hasta que la luna cambió el bermejo brillante por el azul plata. A la mañana siguiente no hubo mañana siguiente.

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