TERROR EN IBERIA CAPITULO II

A mucha distancia de allí.
El Conde de Salazar con aristocrático escorzo se atusa la barba con dedos finos y mimados por su propia condición. De figura estilizada y estatura grande el conde parece un coloso remilgado que piensa.
-Esto que me cuentas querido Julián me resulta del todo increíble y conste que no te estoy llamando mentiroso. Pero antes de pensar que un ente fantasmal ha devorado todos mis caballos prefiero olvidarlo todo y comprar unos nuevos. ¿Quién ha visto a esa supuesta criatura o lo que demonios quiera que sea?-
-¡Todos!-
-¿Quiénes son todos Julián; Todos los trabajadores de mi finca, todo el pueblo, el planeta entero?-
- Yo la he visto… yo he visto a esa sombra abyecta arrastrase por el suelo y luego erguirse como…como… un demonio asqueroso-
- Y dime Julián querido; ¿No habrás visto a mi mujer en alguno de sus ataques dipsomaniacos?-
-¡Por Dios se lo pido, no bromee!-
-Esta bien, está bien Julián… le diré lo que vamos a hacer; voy a salir con usted a ver ese destrozo del que me habla y luego iremos a denunciar esto a la policía. ¿Le parece bien?-
-Si señor-
El conde se levantó con cierto esfuerzo impuesto por la edad aunque de forma elegante como hacen los de su cuna. Junto a Julián atravesó el salón; rectángulo enorme de gruesa piedra vestido de rojo en multitud de tapices que contaban historias de batallas pretéritas. Caminaba el aristocrático Salazar como un bailarín que supiera empuñar una espada, grácil e imponente.
-Encended la chimenea quiero que esto este caliente a mi regreso- dijo el señor Conde a quien estuviera escuchando pero sin volver la faz.
Y así salieron a la tierra que era suya, donde cabrían miles de familias pero era solo suya. Campo de castilla privado en tonos amarillos y verdes. No habían caminado ni diez minutos cuando encontraron la pata de un caballo al pie de unos arbustos, y al atravesar estos vieron cientos de bultos carnosos esparcidos por doquier. Alguna cabeza de caballo era fácilmente perceptible pero por lo general lo que allí se veía era carne despedazada y sangre seca.
-¡Dios mío de mi vida Julián!- Exclamó el conde perdiendo la rectitud de una espalda derecha a golpes.
-Ya se lo dije señor-

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